domingo, 9 de septiembre de 2007


Mantuve una calma insoportable, de indiferencia ilimitada; todo para caer en la inevitable verdad que puse bajo el agua con presión.

Y cuando sentí la debilidad en los brazos, cuando nada más quedó agachar la cabeza, quedó lo obvio... tengo una enfermedad incurable, necesita una dosis diaria de realidad, de recuerdos olvidables, de la vida impiadosa.

Y fue, justamente, la falta de reproche, lo que me golpeó hasta dejarme agonizante en el espacio tan lleno y agobiante, tan vacío y desesperante.

Terminé descubriendo lo visible al resto. Descubrí que la tristeza era mi piel, descubrí que la tristeza me quedaba bien.

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