martes, 20 de abril de 2010

El anciano

Pertenezco a un mundo de gente impersonal. Pasa sin sentir por las veredas de mi memoria. Ataca las baldosas con pasos presurosos que van hacia ningún lugar. De vez en cuando un anciano cansado se abandona en los escalones de un edificio que, a simple vista, pasa desapercibido. Sólo ojos aburridos de la rutina se levantan y lo ven preguntándose a quién pertenecerá, quiénes habrán vivido sus historias en tan invisible lugar.
El anciano ya se levanta, contaba las moneditas fruto de la triste limosna que lo mantiene a flote. La puerta del edificio se abre y lo exalta, pero solamente es un poco más de gente impersonal, que de tan acostumbrados miran pero no, y definitivamente no ven.
El anciano ha vuelto a sentarse. Recibió un paquete de galletas que ya comenzó a abrir. Sin embargo fue un engaño de parte de alguien de una iglesia que se auto consagra bondadosa.
Las personas siguen pasando, se suceden indefinidamente y nunca miran a través del vidrio, tan sucio y abandonado. Pero sí al anciano comiendo sus galletitas. Lo miran de reojo incómodos ante la realidad que interrumpe sus charlas, siempre vanas, siempre impersonales.