miércoles, 25 de marzo de 2009

La imaginación es subestimada constantemente. No creen en sus poderes curativos, en su tratamiento de sueños lejanos pero con una visibilidad densa, precisa por su irrealidad, perfecta por su eterno sinfín.

Nadie ve su inocencia, su contacto suave y la inevitable sonrisa sumisa que le sigue. No entienden la emoción de volver a sentir esperanzas. Falsas, pero no importa… ¿acaso había soñado con volver a sentirlas? No pedí por perfección, sólo pedí.

El juego de las miradas cruzadas ya terminó. Solamente necesitaba una mano que me ayudara a salir. Ahora sí, puedo seguir sola. Mancharme la ropa y el cuerpo de barro en el intento, hacer brotar sangre de los dedos gastados y pelear; pelear contra los truenos perdurables que retumban en mi cabeza, contra la manía de caminar en círculos y nunca ir para adelante, derecho, con inevitables y obvias anomalías pero libre al fin. Libre.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Ojitos

Consuelo a esos ojitos que me miran suplicantes, tratan de mostrarme en un segundo toda su vida. El hambre, los golpes, los abusos, el encierro y ese olor… lo siento en mi lengua, en mi garganta, nauseabundo. Miro sorprendida a esos ojitos, saben que lo han logrado, que han podido mostrarme lo que ellos han visto.
Los sollozos le dan paso a gruesos lagrimones que caen sin parar de esos pobres ojitos, trato de tranquilizarlos pero no me dejan, crean una barrera invisible a mi tacto, retrocedo.
Les pido más detalles, quiero ver más, más…

Al instante la procesión de imágenes comienza. Me cubro los oídos, que paren esos gritos, ¡que paren! Paran. Los ojitos vuelven a mirarme, esta vez impiadosos, ya han comenzado, deben terminar. Los golpes marcan la puerta, marcan la piel, marcan la sangre que ha comenzado a brotar. Ya no hay gritos, sólo un sentimiento de cansancio, de ira, de impotencia que le da el paso al sueño salvador.

Cuando ya están a salvo, los ojitos transforman el olor a alcohol y a podredumbre en el perfume de los jazmines del árbol de la señora Lalita, convierten el gusto a sangre en el sabor a magdalenas de chocolate, y buscan calmar la sed con las naranjas robadas por desesperación… vuelven los golpes. Le pido a los ojitos que paren, he visto suficiente. ¡No!, me ruegan, me miran fijamente, deben seguir; y siguen.

Cambia el paisaje, la tierra va manchándome los pies, el agua arma una pasta que los protege. Siguen caminando, tropezando, golpeándose con cosas que les devuelven los golpes, el asco, el odio por no pertenecer.

Entran al primer negocio que encuentran, roban el cuchillo, ya es hora. Vuelven sobre sus pasos, el sudor de las manos hacen caer el objeto liberador. Lo agarran, caminan más rápido, el vino ya debe haber hecho su parte del trato. Lo mira por última vez para enfocar su ira, para hacer el mayor daño posible, la cuchilla estaba afilada y cortan, cortan sin parar. Clavan su filosa punta, se mezcla con la carne, la sangre, la sorpresa y los gritos de dolor.

Los ojitos salen corriendo, su respiración acelerada se convierte en histéricas carcajadas de alivio. Se lavan en el primer surtidor que encuentran; saltan, corren, llegan a su lugar feliz, se sientan en el pasto y esperan.


Me miro en el espejo, los ojitos me devuelven la mirada. Ahora pertenezco, encajo a los ojos de todos. Pero los míos…los míos siguen siendo aquellos que vieron tanto, los únicos que se salvaban de los golpes por ser útiles para trabajar.

Fue en defensa propia, alegaron los abogados. La gente me trató como a su muñeca nueva y brillante que venía a llenar sus aburridas vidas. Me adoptaron, me llenaron de jazmines, magdalenas y jugos de naranjas compradas en buena ley.

Mis ojitos le suplican al cuchillo que termine con las dos peores vidas que le han tocado a alguien. Los cubre un tono escarlata y un brillo que antecede a la locura. Se clava… vuelvo a sentir el sabor de la sangre. Se clava de nuevo, sonrío de alivio. Por fin, voy a ser feliz.