Con el silencio de su lado, escribió. Intentó volcar tantos segundos en el papel. La tentación de no callarse nada la controlaba. Sin embargo, algo así como un respeto surgido de alguna gastada moral se le plantó adelante impidiéndole avanzar. “Es historia vieja”, le dijo, “vieja y gastada”.
Pocas luces la habían iluminado como aquella, pocas personas. Sabía lo que le esperaba, por eso decidió la forma más fácil. Lo vió avanzar entre la gente y la petrificó su mirada, su viejo yo se filtraba en el desconocido que la saludaba. Lo sabía, desde antes lo sabía, desde la despedida, su muerte. Pero la ausencia le daba esperanzas, alimentaba el fuego y los recuerdos, y sabemos que es tan fácil hacerlos volar, porque siempre se le olvida explicarles que el aterrizaje va a ser doloroso… y de nuevo, cuando pueden y los deja, suben sin parar.
Este recorrido familiar la cansa y exaspera, pero lo vuelve a hacer en una búsqueda desesperada de encontrarse, de entenderse.
Volvió, pero su parte conciente sabe que ya no importa, que no sirve, que tiene que irse, pero esta vez para siempre. Se sabe harta de sus juegos, de su supuesta profundidad que oculta la fría insatisfacción ante lo simple y hermoso. Siempre necesita más, no valora ni le importa.
Recordó lo que él le había pedido… que dejara de volar, que abandonara la imaginación en un rincón, que viviera mientras podía, que se esforzara por encajar en su mundo, el venenoso y pérfido.
Su nueva fuerza se debate entre ganar o dejarse vencer, entre llorar o hacerle frente. Ya no ve nada más, la ciega el impulso desviado, el que nunca coincidió con sus intereses.
Ahora viaja, el recorrido es fantástico, los sueños se adelantan y la superficie deja de ser el interés principal. Viaja. Una guitarra suena cerca de ella, la sigue y la encuentra. Ahora lo vé, se acuerda de todo esto…de todo aquello.
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