Te llamé. En medio de siete mil setecientas setenta
y seis lágrimas, me vi sola; opacada por la cortina gruesa
y salada e ineludiblemente sola. Te llamé sabiendo que no eras vos con el que quería hablar. Te llamé porque podía.
Y jugaste, de nuevo.
Y volví a entender.
Y sentí el borde del pozo con la punta del pie. No me atreví a seguirte de nuevo. Estaba todo tan oscuro
y frío,
y hay tan pocas garantías...
Y lo ví.
Y sentí la necesidad de tenerlo como antes. Con él sí quería hablar. De ahora en más, siempre con él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario