sábado, 23 de mayo de 2009

i griega

Te llamé. En medio de siete mil setecientas setenta y seis lágrimas, me vi sola; opacada por la cortina gruesa y salada e ineludiblemente sola. Te llamé sabiendo que no eras vos con el que quería hablar. Te llamé porque podía. Y jugaste, de nuevo. Y volví a entender. Y sentí el borde del pozo con la punta del pie. No me atreví a seguirte de nuevo. Estaba todo tan oscuro y frío, y hay tan pocas garantías... Y lo ví. Y sentí la necesidad de tenerlo como antes. Con él sí quería hablar. De ahora en más, siempre con él.

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